lunes, 10 de mayo de 2010

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La moda es la mejor de las farsas; aquella en la cual nadie ríe, porque todos participan”. El vestir siempre ha sido concebido como expresión de afirmación social, de identidad personal, como importante medio de comunicación de los individuos y los pueblos. También es el lenguaje del deseo: un juego de guiños y emulaciones que representa la evolución de las costumbres, el pudor y el imaginario en el curso del tiempo. En efecto, la motivación erótica es uno de los grandes estímulos en la elección de las prendas. Giorgini hizo renacer el mito de la nobleza, que abre sus palacios a los desfiles, ofreciendo un espacio mítico, áulico, rico en historia, para la presentación de las colecciones. Frecuentemente son las mismas mujeres de la nobleza quienes visten las prendas; las razones son obvias: son ellas -princesas y blasonadas, señoras o señoritas- quienes, gracias a la educación, la tradición y la cultura, saben cómo lucir esas prendas que presentan en los ambientes áulicos de sus mansiones o de los museos, junto a las famosas esculturas que son la imagen misma de la belleza. También el cine ha recibido la influencia de la moda. Es ejemplar el caso del matrimonio de Linda Christian y Tyron Power, en 1949: el vestido de la novia fue elegido en Roma. Esto contribuyó a crear el mito -estereotipado, si se quiere, pero funcional- del País de la belleza, del arte y del amor. El vestido asume una función de talismán: como en los antiguos cuentos, es el elemento mágico que permite la transformación.

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